El parlante

Misteriosamente se levantó de su lugar sin decir nada a nadie. La sala estaba en completo silencio y sus pasos retumbaron como truenos por todo el espacio abierto. Abrió la puerta y la cerró detrás de él luego de cruzarla.
Los presentes en la sala se miraron, mitad sorprendidos, mitad consternados. El atril ahora se encontraba vacío y ya no había nadie que pronunciara palabra. Los sonidos se habían ido junto al último paso dado. Hubo un intento fallido de comenzar a murmurar, pero nadie podía hablar. Las palabras no salían, ni siquiera se atrevían a salir las ideas, ninguna daba un paso fuera de la cabeza.
No pasó mucho tiempo hasta que la luz se apagó, igualmente nadie se animó a levantarse de su asiento. Todo resultaba demasiado raro e incluso ellos lo notaron. Ya no podían verse, aunque se sentían uno al lado del otro. El Aire no circulaba y comenzaron a exudar.
Por fin, la incertidumbre dio paso al miedo y este al terror. Afuera estaba oscuro, lo sabían, aunque la ausencia de ventanas no le permitía ver el exterior. Después de la oscuridad llegó el olor, ese fuerte olor, un poco dulce y otro tanto amargo. Después llegó el cansancio, con el vino el sueño y por último el llego olvido.